Casos y Letras: Manuel Castilla

Por M. Emilia Sganga

Desde la escritura, desde las representaciones, desde las diversas expresiones artísticas podemos hacernos aquella pregunta tan conflictiva sobre cómo hablar o crear intentando dar voz a aquellos a los que históricamente se le ha negado la expresión, o al menos se la ha desoído.
Al escribir sobre el poeta Manuel Castilla, no podemos dejar de referirnos a cómo este escritor ha intentado tematizar, recomponer y expresar aquellas voces tan propias como la de él mismo. Y para ello podremos hacer algunas referencias a su trayectoria, en pos de dar cuenta de cómo sus creaciones intentaron saldar dicho conflicto.
Nacido en Cerrillos, Salta, el 14 de agosto de 1918. Su padre fue ferroviario y su madre docente en su tierra natal. Salta será en la obra de Castilla aquel punto de referencia, desde el que construirá su obra.
A sus 18 años comenzó a trabajar en el diario “El Intransigente”, y desde allí escribirá sus primeras notas. Dicha publicación será clausurada en 1951, por ser opositora al peronismo y será reabierta luego de la llamada “Revolución Libertadora”.
Por entonces Castilla se dedicará a viajar por toda la provincia de Salta como titiritero, viajes que le permitieron conocer y recopilar experiencias cotidianas de sus pobladores. Para entonces realizará un viaje a Bolivia, será el puntapié de una de sus más importantes publicaciones “Copajira”. Ese viaje será el punto inicial de una serie de recorridos que realizará por diversas regiones del país y por América Latina. Claramente, su interés en ellos no era pasearse cual turista relajado, sino por el contrario, realizar una especie de trabajo antropológico (a su manera).
Es de importancia recordar al movimiento “La carpa”, del que fue uno de sus fundadores. Originado con el objetivo de celebrar el paisaje de la naturaleza, tomando como punto de partida diversas reflexiones sobre la región, e incluyendo a artistas plásticos, músicos y pensadores. Este movimiento surgido en el noroeste argentino, repercutió a lo largo del país, conocido como “literatura de la Tierra” con el fin de recuperar y testimoniar la relación del hombre en su paisaje cotidiano y condicionado por su tierra. El propio Castilla escribió algunos de los postulados del movimiento:
“Conscientes de las solicitudes del paisaje y de las urgencias del drama humano
no renunciamos ni al Arte ni a la Vida. Esta conciencia nos hace, en cierto sentido –o en
todo sentido- políticos” (…) “Nosotros preferimos el galardón de la poesía buscando las
esencias más íntimas del paisaje e interesándonos de verdad por la tragedia del indio, al
que amamos y contemplamos como un prójimo, no como un elemento decorativo. Nada
debemos a los falsos folkloristas” (1944).
Su primer libro publicado fue Agua de lluvia en 1941, y dos años después sale a la luz Luna muerta, donde tematiza sobre el paisaje rural que lo rodea, sus mitos y las costumbres de sus pobladores. Es en esta obra donde comienza a trazar los ejes de sus siguientes escritos y que irá profundizando con el correr de los años.
En 1951 publicará La tierra de uno, donde se hacen presentes los juegos lingüísticos, apareciendo en él coloquialismos regionales, y desde donde comienza a crear su propia tierra, su propio lugar creativo, una poesía del arraigo. Este espacio creado se irá mimetizando con su propia identidad, disolviéndose en su entorno construido.
Su trayectoria como escritor no se circunscribe solo a lo periodístico y poético sino que también ha sido un gran compositor de coplas y canciones que serán musicalizadas por Gustavo “Cuchi” Leguizamón y Eduardo Falú. Será con el “Cuchi” con quien escribirá su primer zamba: “Zamba del pañuelo”, a la que seguirán muchísimas más como “Zamba de Valderrama”, “La Arenosa”, Zamba de Lozano”, etc. Desde su cancionero folklórico es de remarcar cómo aparecen los nombres propios de los sujetos que hablan en sus canciones, dándoles una identidad y un peso propio a cada uno de esos personajes que cuentan su historia desde la palabra escrita.
Y nuevamente podremos hacernos la pregunta por cómo dar voz a aquellos a los que históricamente les ha sido negada, Manuel Castilla abre una opción: nombrarlos y contar su historia construyendo su propia identidad en el mismo movimiento.

Padre Verano – Manuel Castilla
a Vicente H. Gónzalez

Padre Verano, crezco por tu semilla fecundante y violenta
y subo alzado desde la tierra coronado de pámpanos
como un dios jubiloso y solitario
hasta partir el aire como una caña dulcemente lila.

Desde el agua celeste y gredosa y desde el barro blando
voy a tu mediodía desgranado, a tu torre de azul
traslúcido y purísimo,
y yazgo en ella, gozoso, como una hoja tierna y
bamboleante.
todos los ríos me llevan a tu orilla dorada,
a tu carne pulposa abierta en nubes de agua bramadora
y en el celo de los potros ardientes y brillosos
quedo de boca hundido como en la génesis ciega de
la vida.

Padre verano, fruta en membrillo y moras y frutillas.
Padre verano, húmedo en la achiras y en las calas.
Padre verano, carne por las abiertas papayas maternales.

Dame tu sangre verde, tu luz de fruta abierta,
tu paridora vocación de semillas y cogollos.
Se te hace agua la boca
si vas por las begonias desbocado, anheloso y deseante;
si te quiebra la savia como un árbol celeste por el aire
si atraviesas la tierra sonora de bejucos cristalinos
como un toro que todo lo fecunda y resquebraja

Padre verano. Llama ciega. Pura estridencia silenciosa,
desbordada y clarísima majestad solitaria,
por cada vena tuya,
por tus crines doradas, quemadas de luciérnagas, me
afirmo vida adentro de la vida

Dame tu aliento animal, tu viejo semen quieto y
poderoso,
tu derrumbe vital sobre las flores carnosas y esplendentes,
tu barba de enredaderas trepadoras,
tu arrugada dulzura blanca en las chirimoyas
y los perfumes donde te apoyas levemente
como si recordaras despedidas antiguas.

Yo estoy en ti y voy por ti caminando
hacia la rota médula de cristal de las lluvias
como si destrozara entre los dedos la sombra amarga de
los quebrachos.

Y me vienen los pájaros y el helecho y el viento,
todo lo que te nombra y trasciende
y muere sin embargo, para volver de nuevo a festejarte.

Padre verano.
Dame lo que en tu pulso me hace llorar a veces
de alegría
Eso que yo no sé de donde viene hasta mi corazón como una fábula
y me deja las manos llenas de un fresco asombro.
Dame la espeluznada y agria vibración de tus
quirusillales
para hundirme en la leche de tus choclos que se parte y que canta
desde el maíz más viejo de la tierra.

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