Los muros de Berlín siguen presentes en cada ser. Las murallas que dividen quienes están con nosotros de quienes están contra nosotros están impregnadas en cada pensamiento, prejuicio y acción. La hermandad, la solidaridad, la unidad en la diferencia parecerían ser conceptos vacíos y desgastados por el tiempo. Sin embargo, debajo de cada muro, desde los cimientos, hay un temblor. Un vibración que produce grietas y no permite que haya algo sólido, inmutable e indestructible. El mismo ser humano que se pone de un lado o del otro, tiene inevitablemente el beneficio de la duda, de la crítica y sobre todo de la reflexión. “Caminar preguntando”, como dirían los compas zapatistas, es una de las grandes virtudes que en tiempos de dicotomías sería necesario desarrollar y profundizar. Quien erige muros no quiere ver mas allá. Prefiere una pared fría y homogénea a un rostro, una mirada que interpela y nos muestra un otro innegable. Por mas murallas que se levanten para silenciar, negar y evitar, el otro está en nosotros. Habita dentro de cada conciencia. Siembra la duda y vibra con ese temblor originario que viene del centro de la tierra. Detrás del muro hay muchos mundos por nacer.
Nicolás Falcoff
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