Por Mario Efrón
Esta mañana salí a dar una vuelta por el barrio. El solcito me daba en la cara, en la mano llevaba una rama que encontré tirada en la puerta de mi casa. Casi sin darme cuenta, sin siquiera proponérmelo, acerqué la rama a la reja de una casa. Mientras avanzaba paso a paso, la rama golpeteaba produciendo un sonido de matraca. Pasé esa reja y luego vino otra… un poco de pared… después otra reja, otro poco de pared. Poco a poco un ritmo azaroso, condicionado por la aparición en mi camino de casas con rejas, fue acompañando mi silbido. Probablemente este juego despreocupado fue lo que provocó el nacimiento del instrumento del cual hablaré hoy, la tabla de lavar.
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Para tocar la tabla de lavar el músico coloca dedales metálicos de costurera en cada uno de sus dedos, excepto en los pulgares. Con estos dedales se recorren las canaletas de la tabla produciendo un sonido similar a un güiro. Los instrumentistas consiguen desprender más sonidos de la tabla golpeando la madera del marco y frotando o golpeando la chapa en distintos lugares. En algunos casos también se le adosan trozos de metal, tapas de ollas, o asaderas, improvisando de este modo una suerte de batería casera.
Este instrumento y mucha de la música que se produjo en las primeras décadas del siglo pasado en Estados Unidos, tiene un fuerte espíritu lúdico. En los años 30, época de la llamada “gran depresión”, conjuntos como The Washboard Serenaders además de utilizar la tabla de lavar, también experimentaban con mirlitones , botellas, cordófonos caseros, etc. Pareciera que el afán de hacer música en momentos de crisis, no sólo no se detiene, sino que incentiva la creatividad.
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Gracias por su Comentario. Sonidos Clandestinos