Casos y Letras: César Calvo

Por M. Emilia Sganga

Recorrer los caminos de las letras nos lleva a caer profundo en experiencias de vida, nos lleva a ir hacia los escritores de esas letras, hacia su alrededor.


Hablar de César Calvo nos abre uno de estos caminos. En esa misma persona encontramos un poeta, un narrador, un ensayista, un periodista y un compositor musical que nos lleva a recorrer sus obras desde cualquiera de esas aristas. 

Nacido en Iquitos (Perú) el 26 de julio de 1940. Vive casi toda su infancia en Lima y luego comenzará sus estudios universitarios en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde cursó estudios superiores de Letras, Psicología y Derecho. Será durante esos años cuando comienza a recorrer diversas regiones del Perú y a viajar por Europa, llegando a fijar residencias provisionales en Iquitos y Cuzco, así como en las ciudades de Londres, París, Madrid, Roma y Barcelona. Él mismo en su autobiografía declara que no puede “dormir muchas veces bajo el mismo techo, ni en la misma ciudad, ni con el mismo cuerpo”. 

A principios de los años ´60, Cesar Calvo dio a conocer sus primeros versos en los recitales que organizaban los distintos colectivos universitarios y sindicatos de Lima. Estas primeras poesías estaban destinadas a una lectura en voz alta, lo que propició la importancia que cobró en sus poemas el ritmo, las pausas, los acentos y recursos prosódicos de especial rendimiento en el recitado.

Su primera obra, un poemario titulado Carta para el tiempo, lo incluyó de inmediato entre los autores de la denominada "Generación del 60". Generación que asumía la poesía como un compromiso, al respecto Cesar Calvo dirá: “Aceptábamos poetizar únicamente como resultado de un asombro común, colectivo en su origen -en sus garfios oscuros- y colectivo en su finalidad, en su búsqueda, en su abordaje y sus revelaciones”.

También se desarrolló como periodista, actividad que ocupó la mayor parte de su vida laboral. Comenzó a sus veintidós años, fundando el diario Expreso, de Lima y luego pasó al periódico El Comercio. Además, trabajó como guionista de algunos programas televisivos. 

Otras de sus admirables facetas tienen relación con la música popular de su tiempo. Como letrista, compuso innumerables canciones, en los géneros más variados: desde la balada a la canción infantil, pasando por la trova, el landó y la copla marinera, entre otros. Letras que fueron interpretadas por Chabuca Granda, Jorge Madueño, Lucho Gonzáles, entre otros. 

Con respecto a Chabuca Granda, entabló una gran amistad y la acompañó en giras que ella realizó en Argentina, Venezuela y Ecuador. 

Así recordaba César Calvo el momento en que se conocieron en una reunión, cuando él se acercó y le dijó:
“Señora, yo me llamo César Calvo. Me miró medio desconcertada, como preguntando ¿qué?, y yo le dije, sabe, quiero que me disculpe una cosa, yo soy mitómano de profesión. Entonces me miró con terror. Yo ando diciendo que la canción Puente de los Suspiros, que usted acaba de dar a conocer me la dedicó a mí; que yo soy el poeta ahí que la espera en el puente. Yo en esa época vivía en el Puente de los Suspiros, en la bajada, en el 363. Chabuca estaba asustada. Yo quiero pedirle un favor, no me desmienta cuando le pregunten. Y ahí empezó una amistad”.

Muchas de esas letras que compuso Cesar Calvo quedaron recogidas en el volumen titulado “Cancionario” (1967). Sus letras pasaron a formar parte también de los repertorios de algunos de los cantantes más célebres de América Latina, como Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Alfredo Zitarrosa y Mercedes Sosa.
Algunos de los libros publicados por César Calvo fueron: “Poemas Bajo tierra”, Ausencias y retardos (1963) y El cetro de los jóvenes, donde se encuentran poemas con un tinte revolucionario, que se amalgamaba con los tiempos que vivió esa generación: la revolución castrista, el naciente Ejercito de Liberación Nacional Peruano y sus combatientes, el movimiento estudiantil, las esperanzas de un mundo mejor.

Su siguiente libro fue Pedestal para nadie, con el que ganó el premio Nacional de Fomento a la Cultura en 1970 y más tarde el Premio Nacional de Poesía. Sobre esta publicación Calvo dirá: “Allí, como en la vida, nunca hay un solo tema que se inicia, desarrolla y concluye, sino constelaciones, constelaciones impredecibles, que se rozan a veces para nada y a veces para siempre. Nunca una sola vida o su reflejo breve, sino infinitas brevedades, eternidades efímeras que se entrelazan aniquilándose, que se entrelazan alimentándose”.

Muchas de sus poesías rondan alrededor de la sensualidad, la nostalgia, el interés en la marcha de la sociedad, con voluntad de transformarla o simplemente la voluntad de cantar por el solo hecho de hacerlo.

En 1981 publica su magistral novela Las Tres Mitades de Ino Moxo y otros Brujos de la Amazonía. Aquí no podemos dejar de mencionar su lucha política y su militancia ecologista, donde defendió la necesidad de preservar con medidas oficiales la riqueza natural de la Amazonía. Dirigió la filial del Instituto Nacional de Cultura en Iquitos, y asumió también la jefatura de la Fundación Pro Selva, radicada en dicha ciudad.
Luego publicará “Como Tatuajes en la Piel de un Río”, de 1985, y en ese mismo año aparecerán los dos primeros libros de su trilogía Los Lobos Grises Aúllan en Inglés, que revela los entretelones del atentado contra Juan Pablo II.

Su último libro se llamó “Edipo entre los Inkas” y estaba en los últimos retoques cuando falleció un 18 de agosto de 2000.

Dejó sus obras terminadas, pero con la opción permanente de volver a leerlas o escucharlas, invitándonos a preguntar quién fue y qué ha hecho el hombre detrás de esas palabras.


El sabio – Cesar Calvo

Permaneció en la ventana
durante largos, largos años, viendo
caer las hojas, la nieve, viendo caer
las hojas
y
la nieve.
Cuando se acordó de sus hermanos
éstos ya eran un pedazo de hierba.
Él durmió feliz: aquella noche
descubrió que los árboles
pierden sus hojas, que la nieve es blanca.

Autobiografía – César Calvo

Se escribe un poema para sentirse el centro del mundo.
Se escribe un poema para hacer más fraternos a los hombres,
o sea para intentarlo,
o sea para que la poesía sirva para alguna cosa.
Se escribe un poema para no sentirnos el centro del mundo.
Se escribe un poema para ahuyentar a una muchacha.
Se escribe un poema para sacarle un par de libras a un amigo.
Se escribe un poema para ayudar a la Revolución.
Se escribe un poema para que los maridos nos odien mucho más.
Se escribe un poema para que el poema nos acompañe,
para no estar tan inexplicablemente solos.
Se escribe un poema para duplicar el orgasmo
o al menos para ponerle un espejo delante.
Se escribe un poema para no tener tiempo de hacer otras cosas,
como por ejemplo para no tener tiempo de sufrir.
Se escribe un poema para que nuestra tía más querida
pueda decir a todos que tiene un sobrino que escribe un poema.
Se escribe un poema para rascarse la barriga en la playa,
para emborracharse en Surquillo sin que a uno lo asalten los señores chaveteros,
para darse un descanso entre polvo y polvo,
para hablar de ello en el Instituto Italiano de Cultura, para que a uno le consientan todo
para que a uno no le consientan ni un comino.
Se escribe un poema para que los psiquiatras no nos cobren,
y para que aquella rubia se sienta inmortalmente poseída
y para que los hermanos como Ángel Avendaño no sientan tanto frío en las prisiones,
y para que el general Velasco lea estas líneas
y sepa que Avendaño sigue preso
por orden de una culebra disfrazada.
Y se escribe un poema para viajar a los congresos de escritores
con todos los gastos pagados,
y para ponerle el cascabel al gato,
y para poder comer con la mano en los salones si nos viene en gana,
y para morirse de hambre
y también para no morirse de hambre,
y para quedar como un perfecto cojudo en todas partes,
y para usar calzoncillos de colores sin que se nos acuse de maricas,
y para que ciertos cadetes nos dejen a solas con sus novias
creyendo que lo somos.
También se escribe un poema para no afeitarse nunca,
para ir al baño sin remordimientos,
para ir al comedor sin remordimientos
para ir al dormitorio sin remordimientos,
y se escribe un poema para sentirse culpable de todo
y con esos materiales llegar a escribir algún poema.
Y también se escribe un poema para reírse a gritos.
Y para vivir también se escribe un poema.
Y para tener un pretexto para no vivir,
etcétera.
Y a propósito de etcétera:

Se escribe un poema para no escribir cosas peores, como cartas de amor,
cartas financieras, facturas por pagar, tratados de filosofía miraflorina.
Y se escribe un poema por incapacidad,
cuando se ha fracasado como wing derecho en la selección del colegio,
cual es mi triste caso.
Y se escribe un poema para intensificar la vida,
como dice Stefano Varese.
Y se escribe un poema finalmente, se escribe un poema
para que en algún lugar del mundo, mañana o
dentro de veinte años,
la pareja que está por suicidarse alcance a leerlo, y desista, desista por
lo menos unos días, y comprenda que la vida es siempre hermosa
a pesar de la vida... y a pesar del poema.

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