EDITORIAL
Construir una patria grande en Latinoamérica es un proyecto que continuamente se ha visto frustrado por las diversas contingencias políticas, gubernamentales y sociales perpetradas en general por los mismos que deciden y determinan los límites denominados fronteras. Esas fronteras que se marcan como alambrados de púa, esas fronteras hostiles, abismales. La patria grande del sueño bolivariano, no es la sumisión de todos bajo la voluntad de uno, ni la tamización de las particularidades en pos de una unidad impuesta y ficticia. No se trata de eliminar las fronteras para construir un imperio multinacional sino mas bien de unificarse en la lucha mas allá del barrio, el pueblo, la ciudad o el país al que se pertenezca; es poder estar en el mismo camino, unidos y resistiendo a partir de la diferencia. Aquellos que se encargan de dividir y compartimentar la cultura como si fueran catálogos puestos en cajones etiquetados, son los cartógrafos que nos quieren convencer de que la historia de los pueblos coincide con aquellas marcas territoriales infranqueables que le dan nombre y dueño a las tierras y que conciben la unidad de los pueblos latinoamericanos como una utopía pasada de moda. Pero podríamos decir que están los que deciden, aquellos que aceptan esas decisiones y un tercer grupo que desde el lugar que ocupa en el mundo no se conforma con lo dado y empuja esos límites llevándolos mas allá de lo que en principio pueda concebirse como posible.
¿Que sentido tiene entonces hoy volver a escuchar canciones que fueron significativas política y musicalmente en la década del 70´ si el contexto socio cultural cambia a pasos agigantados? ¿Cuál puede ser el objetivo de recuperar y recordar un movimiento cultural denominado nueva canción latinoamericana pero nacido hace 40 años? ¿Cuál es la novedad a la que estamos haciendo referencia? La realidad es que hace 40 años, un movimiento artístico logró desde la música empujar los límites y franquear las fronteras políticas: Latinoamérica logro unirse en torno a la canción para resistir las dictaduras en un fenómeno cultural que fue lo más parecido a la patria grande que se pudo dar desde lo musical. Hoy en día han cambiado los modos de opresión incluso se han sofisticado los perversos métodos de coerción y silenciamiento. Por ende los modos de resistencia y de contracultura también deben modificarse en consecuencia. Las canciones, por su parte, son etéreas y a la vez materiales, son fugaces y a la vez inmortales. Como expresiones artísticas poseen la versatilidad de poder ser resignificadas y revitalizadas continuamente.
Escuchar ciertas canciones, recordar la actitud de ciertos artistas que hace cuarenta años luchaban y defendían aquello que consideraban justo y pleno, no es hacer museografía, sino poder percibir que mas allá de las modas tímbricas, artísticas y musicales, es posible vislumbrar hoy una intención totalmente vigente y plenamente posible. La construcción de una patria grande desde el aspecto cultural, el costado humano mas difícil de sosegar y de reprimir, el mas escurridizo y por lo tanto el mas audaz. En plena era digital, en plena revolución tecnológica, expuestos a múltiples estímulos reales y virtuales; la sencillez de un verso y un acorde continúa siendo revolucionaria. Aquellos representantes e inciadores de la nueva canción latinoamericana tenían en su época y en su contexto aquella conciencia que hoy merece ser rescatada y que es tan necesaria a la hora de concebir la música sin mapa, uno de los pasos necesarios para construir un mundo donde quepan muchos mundos.
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