La Rumba

En el transcurso de la época de colonización española, los cantos, ritmos, instrumentos, toques, así como los mitos, leyendas, creencias y costumbres que venían de distintas partes del África se fundieron o mezclaron con los cantos y bailes transferidos por el conquistador español. Éstos fueron romances, canciones religiosas, de procesiones, jotas, soleares, malagueñas, isas, folías y distintos tipos de danzas zapateadas.
Los españoles, desde los primeros momentos, utilizaron e impusieron todo ello a los aborígenes y al esclavo africano, como uno de los tantos medios de adoctrinarlos, someterlos e inculcarles sus costumbres, sus ideas y su religión, y por lo tanto hacerlos más dóciles para el trabajo esclavo. Aquel proceso cruel e inhumano se extendió durante todo el período que duró la esclavitud en Cuba.
Los principales protagonistas de la rumba fueron los negros libres y sus descendientes, pertenecientes a distintas étnicas africanas como la lucumí, ganga, arará y quizás la más significativa de todas: la gangá-bantú. Pero como un resultado de la línea de continuidad, desarrollo y fusión de esas dos culturas (española y africana), apareció, entre otras, una forma popular de profundas raíces folclóricas que llegó a conocerse como rumba, donde se unieron canto, poesía, baile y pantomima, con características criollas muy especiales que la diferenciaron de los diversos tipos de manifestaciones poseedoras de elementos que las hacían similares a otras surgidas dentro del área del Caribe.
Cuando estas mismas danzas se efectuaban en una fiesta, en la privacidad de la sala del cabildo, en una casa particular, en una cuartería o en un “solar” (lugares donde el régimen español mostraba alguna tolerancia en relación con las costumbres del negro, siempre por medio de una autorización del gobernador o la Policía), esos bailes no tenían ya ese carácter tan ingenuo e inocente.





El negro, en su ambiente y fuera de la mirada discriminadora del blanco, se mostraba más libre. Lo sensual, como aspecto relevante y natural en todas estas danzas profanas de origen africano, adquiría toda su plenitud y significado. Ese erotismo no sólo se proyectaría con uno o varios movimientos directos del cuerpo, sino en todo el conjunto: en la música, el texto y las miradas; motivo por el cual se creaba, en el lugar donde se producía la fiesta, una atmósfera de voluptuosidad que se posesionaba de todos los integrantes del ruedo que se formaba alrededor de la pareja principal de danzantes.
En estas rumbas, el negro, hasta ese momento sojuzgado e inferiorizado por el blanco, aprovechaba para mostrarse en su verdadera oriundez. No sólo culturalmente, sino también como ser humano. En los cabildos negros organizados en las ciudades o pueblos se efectuaban rumbas que eran sinónimo de fiesta, donde no sólo se bailaba y cantaba, sino que también se ingería alimentos y bebidas alcohólicas o se hacía bajar un oricha (deidad) para que participara profanamente en la fiesta.
La rumba, generalmente, tiene un carácter improvisado. Cuando no existían los instrumentos musicales que hoy se conocen en los conjuntos de rumba, sus intérpretes se hacían acompañar por cualquier medio sonoro percutido. Los tocadores creaban una compleja y alegre polirritmia, que era la base acompañante para los bailes, cantos y estribillos, los cuales se mezclaban con los golpes de un pequeño tambor rudimentario profano, de origen africano. Los toques de este instrumento acentuaban el ritmo y con frecuencia, en medio de la fiesta, eran confiscados racialmente por las autoridades españolas.

Los 3 estilos de rumba

Yambú

El yambú es de carácter urbano y está considerado como una de las modalidades más antiguas en este género. Tiene su origen en los barrios humildes de las ciudades, y es una rumba de casa, cuartería o “solar”. En el yambú el baile es interpretado por una pareja. El hombre mueve los hombros y el cuerpo con marcadas insinuaciones de sensualidad pero con movimientos suaves y reposados. La mujer, por su parte, efectúa pe­queñas huidas, escapándose y, a la vez, protegiéndose de las intenciones de posesión del hombre, sujetándose el borde de la falda y efectuando pequeñas vueltas alrededor del bailarín, con intercambios de miradas y movimientos insinuantes entre ambos.
Los antiguos conjuntos de tocadores para la interpretación de la rumba‑yambú en la ciudad de Matanzas solían ser espontáneos e improvisadores. El toque o golpe se producía con una tumbadora, y el quinto (improvisador) con un pequeño cajón de madera de cedro. El grupo se completaba con un tocador de cucharas, percutidas a manera de dos baquetas en una tabla sobre los muslos del tocador sentado. La parte vocal se limitaba a melodías cortas, entonadas en registros centrales y en modo mayor. Éstas eran cantadas por un solista y un coro, a manera de estribillo y los temas eran muy variados y sencillos.
La coreografía del bambú consiste en el desplazamiento de la pareja de baile entre los espectadores que. La pareja se coloca en el centro del círculo y comienza a bailar frente a frente. El baile es sencillo y no tiene gestos muy acentuados. Se danza todo el tiempo con las rodillas flexionadas y la separación de ambos bailarines es de un metro de distancia aproximadamente. Cuando la pareja termina de bailar, el hombre coloca el brazo por encima de los hombros de su compañera, le cede su lugar a los próximos bailadores y se integran al grupo de espectadores.

Columbia

El estilo de la rumba columbia es de origen rural y el de mayor antigüedad porque los esclavos africanos fueron destinados por los españoles, fundamentalmente, al trabajo forzado en las zonas rurales. Por lo tanto, las primeras manifestaciones de tipo musical y danzario que partieron del africano y sus descendientes, y específicamente la rumba, se gestaron y germinaron en zonas rurales, y después pasaron a los caseríos y pequeños pueblos. En la medida en que éstos fueron desarrollándose como ciudades, surgieron también estilos de rumbas con características urbanas.
En la variante columbia, desarrollada por el negro campesino cubano, la parte bailable es generalmente ejecutada por un hombre solo, ya que es una danza muy fuerte y peligrosa para ser bailada por una mujer. Algunos se amarran al bailar cuchillos en los pies (a manera de espuelas de gallo) o los agarran con ambas manos.
La no participación de la mujer en esta danza trae como resultado, a diferencia de los otros estilos, la ausencia del espíritu de conquista del hombre y el rechazo insinuante de la mujer. Por lo tanto, no existirá esa relación sensual que se produce en las rumbas de parejas. Al bailar el hombre solo, sus movimientos estarán siempre orientados hacia un alarde de acrobacia que resalta en todo momento su virilidad. Sus pasos, movimientos y desplazamientos son fuertes y vigorosos, así como bien coordinados y armoniosos.
Los movimientos consisten en desplazamientos iguales a al yambú, aunque antes de hacer las evoluciones se debe saludar a los tambores acostándose totalmente en el suelo. El ritmo es mucho más rápido que en yambú. Al terminar cada uno de sus desplazamientos, se hará un movimiento fuerte con el tambor quinto, que en todo momento acentuará cada uno de sus movimientos y pasos. Y ya al finalizar, el bailador efectúa un recorrido en forma circular.


Guagancó

El guaguancó es una prolongación evolutiva y actual del antiguo yambú y, por lo tanto, es de carácter urbano. En este estilo se logra culminar la representación de la posesión sexual con el “abrochao” o “vacunao”, donde el hombre, en un descuido de la mujer, en medio de la danza, ejecuta un movimiento pélvico y erótico hacia la mujer, dando a entender que la hembra ha sido poseída por el macho. El guaguancó matancero ha sufrido hoy diversos cambios en su evolución, y han aparecido toques más actuales, así como melodías y letras de mayor contenido en su elaboración.
La rumba guaguancó en Matanzas tiene dos partes: una primera, melódica, cantada a dúo (primo y falsete), y otra segunda, llamada rumba del guaguancó, donde sale una pareja a bailar y alterna el solista‑guía con el estribillo entonado por un coro de hombres y mujeres.
Con la presencia de nuevos toques aparecen también instrumentos musicales de mayores recursos; en vez de cajones o la percusión de cualquier medio sonoro, se utilizan tambores de duelas de los conocidos como tumbadoras, con afinación y tamaño distintos. El juego completo del conjunto actual del guaguancó matancero será el siguiente: una tumbadora‑conga (sonido medio) y el quinto o requinto (improvisador de sonido agudo). Este último se alterna algunas veces con un pequeño cajón. La sonoridad de grupo se completa con la guagua, hecha con un pedazo de cañabrava y percutida por dos finas baquetas, y también con las claves, la maruga de metal y el pequeño güiro, así como las menudas maruguitas de metal amarradas en las muñecas de uno de los tocadores (antiguamente se usaban maruguitas hechas de las güiritas conocidas como cimarronas).
El baile del guagancó consiste en desplazamientos similares al bambú. Cuando comienza la danza los espectadores se separan para dejar espacio libre a los bailarines, que se colocarán en el centro del círculo. El hombre bailará extrovertidamente, y todos sus gestos y movimientos son para vacunar a su compañera. La danza de ella, por el contrario, será introvertida, de pequeñas contracciones, de movimientos de afuera hacia adentro, cubriéndose siempre para no ser abrochada por su compañero. Su ritmo es más rápido que el del yambú.
El hombre utiliza más desplazamientos que la mujer y siempre bailará alrededor de ella. La separación de ambos es de dos a tres metros de distancia aproximadamente. De ese modo el bailador puede ejecutar toda una secuencia de pasos que le dan la originalidad al guaguancó.
Una vez que la pareja haya terminado de bailar, los observadores se darán cuenta de quién de los dos es mejor bailador; si ella no se dejó vacunar, es buena, pero si él logró vacunarla, el bueno es él. Si ambos quedan empatados, tanto ella como él son buenos.

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