Por M. Emilia Sganga
Bien conocemos lo paradójico de las fiestas. Pueden llevarnos a un punto de satisfacción que no llegamos a comprender o bien pueden dejarnos al borde de la angustia, llenos de cuestionamientos existenciales.
Algo así sucede con la música de Goran Bregovic.
Cada canción nos lleva a la sensación de vivir el vértigo y el fulgor del punto máximo de una fiesta, de una celebración a la que estamos invitados. Claro que también puede dejarnos sentados en el cordón, cuando ha llegado el final del jolgorio y es hora de volver a casa.
El comienzo de este año nos trae la invitación a una más de estas celebraciones a las que Bregovic nos tiene acostumbrados (y no por eso poco sorprendidos). Su nuevo disco “ALKOHOL: Slijivovica & Champagne”, una obra dividida en dos partes. El primer capítulo: “Slijivovica”, a una tradicional bebida serbia, fue grabado en vivo en el año 2007 en la ciudad de Guca, serbia, durante el transcurso de un festival tradicional que allí se festeja, donde las premisa es comer, beber y bailar durante siete días con el acompañamiento de esta bebida.
La segunda parte del nuevo disco, “Champagne”, tiene una estructura más compleja: presenta un concierto para violín, una banda de metales balcánica, seis voces masculinas, y una pequeña orquesta de cámara.
He aquí, una vez más, aquellos extremos tan cercanos a los que suele enfrentarnos Bregovic, quien define su música como “bastarda”, justamente por ser el resultado de cruces, mestizajes, idas y vueltas, como un Frankestein, salvando las distancias, hecho canción. Y esa es la clave: el collage, la vida y la muerte, las bodas y los funerales, la alegría y la melancolía. ¿Cómo separar lo extremos? Imposible. Él los transita, los deshace y los vuelve a construir a su gusto.
Buscando el origen de la mezcla
El 22 de marzo de 1950, nace Goran Bregovic, en Sarajevo, capital de Bosnia Herzegovina (ex Yugoslavia), un territorio marcado por grandes conflictos bélicos. Hijo de una madre serbia y un padre croata. Vive en París y tiene su estudio en Belgrado, las giras mundiales que realiza son casi “infinitas”, y sus shows en vivo son de larga duración.
Es fácil que al nombrarlo se nos aparezcan imágenes de películas como “Sueños de Arizona” (1993), “Tiempos de Gitanos” (1989), o “Underground” (1995), pues él ha realizado sus bandas de sonido (con la dirección de Emir Kusturika). Entre los años 1990 y 2002 compuso obras musicales para más de quince películas, y ha experimentado también en las melodías de obras de teatro como “El silencio de los Balcanes” (1997), “Hamlet”, “La cruzada de los niños” (1999) y “La Divina comedia”.
¿Y hoy? ¿A dónde estamos Goran?
Con sus 59 años, Bregovic, nos invita una vez más a dar una vuelta por su fiesta y a quedarnos hasta el final. En fin, de transmigrar, de transportarnos allí donde no “estamos”, de encontrarnos ahí.
Bien conocemos lo paradójico de las fiestas. Pueden llevarnos a un punto de satisfacción que no llegamos a comprender o bien pueden dejarnos al borde de la angustia, llenos de cuestionamientos existenciales.
Algo así sucede con la música de Goran Bregovic.
Cada canción nos lleva a la sensación de vivir el vértigo y el fulgor del punto máximo de una fiesta, de una celebración a la que estamos invitados. Claro que también puede dejarnos sentados en el cordón, cuando ha llegado el final del jolgorio y es hora de volver a casa.
El comienzo de este año nos trae la invitación a una más de estas celebraciones a las que Bregovic nos tiene acostumbrados (y no por eso poco sorprendidos). Su nuevo disco “ALKOHOL: Slijivovica & Champagne”, una obra dividida en dos partes. El primer capítulo: “Slijivovica”, a una tradicional bebida serbia, fue grabado en vivo en el año 2007 en la ciudad de Guca, serbia, durante el transcurso de un festival tradicional que allí se festeja, donde las premisa es comer, beber y bailar durante siete días con el acompañamiento de esta bebida.
La segunda parte del nuevo disco, “Champagne”, tiene una estructura más compleja: presenta un concierto para violín, una banda de metales balcánica, seis voces masculinas, y una pequeña orquesta de cámara.
He aquí, una vez más, aquellos extremos tan cercanos a los que suele enfrentarnos Bregovic, quien define su música como “bastarda”, justamente por ser el resultado de cruces, mestizajes, idas y vueltas, como un Frankestein, salvando las distancias, hecho canción. Y esa es la clave: el collage, la vida y la muerte, las bodas y los funerales, la alegría y la melancolía. ¿Cómo separar lo extremos? Imposible. Él los transita, los deshace y los vuelve a construir a su gusto.
Buscando el origen de la mezcla
El 22 de marzo de 1950, nace Goran Bregovic, en Sarajevo, capital de Bosnia Herzegovina (ex Yugoslavia), un territorio marcado por grandes conflictos bélicos. Hijo de una madre serbia y un padre croata. Vive en París y tiene su estudio en Belgrado, las giras mundiales que realiza son casi “infinitas”, y sus shows en vivo son de larga duración.
Es fácil que al nombrarlo se nos aparezcan imágenes de películas como “Sueños de Arizona” (1993), “Tiempos de Gitanos” (1989), o “Underground” (1995), pues él ha realizado sus bandas de sonido (con la dirección de Emir Kusturika). Entre los años 1990 y 2002 compuso obras musicales para más de quince películas, y ha experimentado también en las melodías de obras de teatro como “El silencio de los Balcanes” (1997), “Hamlet”, “La cruzada de los niños” (1999) y “La Divina comedia”.
¿Y hoy? ¿A dónde estamos Goran?
Con sus 59 años, Bregovic, nos invita una vez más a dar una vuelta por su fiesta y a quedarnos hasta el final. En fin, de transmigrar, de transportarnos allí donde no “estamos”, de encontrarnos ahí.
2 comentarios:
Si este buen hombre es el responsable de esa música llenas de excesos y caños, de alcoholes y tiros, bailes y flores deshechas entonces hay que escucharlo¡¡¡
Si este buen hombre es el responsable de esa música de excesos, de caños y alcoholes, de tiros y gritos, de bailes y flores mustias, entonces hay que escucharlo¡¡¡
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