Autor: Eduardo Galeano
Narrador Invitado: Lucila Pesoa
En Cuba, el Diablo supo ser amigo de los negros cimarrones. Los esclavos que se fugaban tenían al amo metido en el cuerpo. Al son de los tambores, el Diablo les sacaba al amo de adentro, haciéndoles vomitar todas las hostias y toda el agua bendita que a lo largo de sus vidas habían tragado.
En Colombia, los fuegos negros echan todavía humos de azufre en las plantaciones de la costa del Pacífico. Allí el Diablo regala machetes a los peones: machetes que cortan la caña solitos, sin ninguna mano, y dan dinero que sólo sirve para ser gastado en parrandas con los amigos.
En Bolivia, el Diablo acompaña a los mineros del altiplano. A cambio de cigarros y aguardiente, los guía hacia las mejores vetas, a lo largo de las tripas de las montañas.
En Argentina, la gente del norte se endiabla cuando llega el tiempo del carnaval. El miércoles de cenizas, al final de los bailecitos y las borracherías, la gente entierra al Diablo. Llorando lo entierra.
En Brasil, en los suburbios de las grandes ciudades, suenan tambores en las fiestas del pobrerío. Los tambores llaman a un invitado especial, sujeto de mal vivir, respondón y jodón, glotón y ladrón: el tipo ése que fue ángel rebelde arrojado a los infiernos y después decidió quedarse a vivir aquí en el mundo, que es igualito al infierno pero más gustoso.
Narrador Invitado: Lucila Pesoa
En Cuba, el Diablo supo ser amigo de los negros cimarrones. Los esclavos que se fugaban tenían al amo metido en el cuerpo. Al son de los tambores, el Diablo les sacaba al amo de adentro, haciéndoles vomitar todas las hostias y toda el agua bendita que a lo largo de sus vidas habían tragado.
En Colombia, los fuegos negros echan todavía humos de azufre en las plantaciones de la costa del Pacífico. Allí el Diablo regala machetes a los peones: machetes que cortan la caña solitos, sin ninguna mano, y dan dinero que sólo sirve para ser gastado en parrandas con los amigos.
En Bolivia, el Diablo acompaña a los mineros del altiplano. A cambio de cigarros y aguardiente, los guía hacia las mejores vetas, a lo largo de las tripas de las montañas.
En Argentina, la gente del norte se endiabla cuando llega el tiempo del carnaval. El miércoles de cenizas, al final de los bailecitos y las borracherías, la gente entierra al Diablo. Llorando lo entierra.
En Brasil, en los suburbios de las grandes ciudades, suenan tambores en las fiestas del pobrerío. Los tambores llaman a un invitado especial, sujeto de mal vivir, respondón y jodón, glotón y ladrón: el tipo ése que fue ángel rebelde arrojado a los infiernos y después decidió quedarse a vivir aquí en el mundo, que es igualito al infierno pero más gustoso.
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