Por M. Emilia Sganga
La música y la poesía en sus interminables y profundos vínculos, nos llevan hoy a la persona de Juan Cruz Camargo Zurita. En él el vínculo entre letra escrita y melodía nos abre un camino en el que el recorrido es parte de la obra. Como músico se consagró en el estudio de la armónica, la guitarra y el canto y como escritor se dedicó a la composición y a la poesía. Son esos recorridos los que nos interesa repasar.
Nació el 2 de noviembre de 1955 en la ciudad de México, en un día lluvioso como lo relata en su canción “El blues del atajo”. En su adolescencia formó, junto a sus hermanos, el grupo de payasos, “Los payasos del barrio”, donde escribía y musicalizaba las obras. Más tarde comenzó su interés por el blues, comenzó a componer sus propias canciones y en 1985 fundó el grupo “Real Catorce”, donde su intención era componer blues en español, lo cual le trajo varios conflictos, el propio José Cruz recuerda que varias veces lo bajaban del escenario acusándolo de tocar música “imperialista”.
Desde muy joven se dedicó a la ejecución de la armónica llegando a convertirse en uno de los más grandes exponentes y maestros de su país.
Con Real Catorce editó 10 discos y realizó innumerables conciertos por todo el mundo, luego de 22 años de trayectoria la banda se disolvió debido a que se le diagnosticó esclerosis múltiple. Sin embargo no dejó de crear, y comenzó así a escribir su libro poético “De los textos del Alcohol” y editó también su disco solista “Lecciones de vida”.
El libro de poemas es sumamente introspectivo, el oficio de escritor se expande a todas las áreas de su vida, convirtiendo a la palabra en una especia de talismán. Es desde sus escritos que se acerca a los Huicholes y les rinde homenaje en muchas de sus canciones.
En sus poesías se puede identificar una fuerte influencia beatnik, las calles, las esquinas y la noche se convierten en elementos mágicos. Y las calles son tales en la ciudad, entendida como una máquina que devora a quienes la habitan, pero es en ese habitar la ciudad, que se convierte en un nido, donde el hombre se reinventa al nombrarse. Es en ese juego, en esa retroalimentación donde se conforma la identidad del poeta y del espacio que habita.
La muerte también aparece, y le habla cara a cara en sus poemas, dialoga con ella, con su propia muerte.
El prólogo del libro “De los textos del Alcohol” es de José Agustín, y quien escribe: “Como el título indica, en él se enfatiza la naturaleza yin, humana, terrenal, y dionisiaca del autor, pero en el fondo, para mí, más bien expresa una búsqueda intensa de uno mismo. Se trata de una iniciación sin ritos ni maestros, de un viaje al fondo de la noche con tonalidades muy oscuras y predominantemente tristes”.
El propio José Cruz Camargo define cuál es, según él, la función de la poesía: “Es prescindible el discurso críptico, cantinflesco y etílico de nuestros gobernantes, pero es imprescindible el poema que nos rescata del automatismo de la rutina laboral y de la enajenación de los medios de comunicación”.
Poesía y música presentes en un mismo recorrido, en un mismo cuerpo que ha trazado en su devenir la unión entre dos mundos para nada distantes, sino más bien, el mismo mundo.
(Fragmento) – José Cruz Camargo
“Sueño que en las bolsas cargo un puñado más de tiempo
y que no me voy a ir
que mi muerte es de juguete
la única mentira que Dios no me perdona
pero despierto, y ahí está la medicina
aguja incrédula de la desmemoria.
Y te recuerdo cercana, como eres,
inventándote la angustia de los que nunca amarán.”
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