Podemos tener distinta nacionalidad, diferentes creencias, una tonalidad particular en la piel. Podemos haber nacido en cualquier punto cardinal. Podemos incluso habitar distintos mundos en un mismo planeta. Pero a pesar de ello, lo que nos une, lo que nos transforma en un “nosotros”; es que todos y todas somos seres de agua. Como así también de fuego, de aire y de tierra.
Los pueblos originarios, los seres primeros, los que nacieron el mundo tal como lo conocemos, lo sabían. Lo saben. Ellos, los guardianes de la vida, nos alertan que al envenenar las cuencas de los ríos estamos propagando la muerte de ese “nosotros”.
El agua es sagrada y vale más que el oro porque sencillamente sin oro es posible seguir viviendo y sin agua la especie humana tiene los días contados.
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