Nicolás Falcoff
La selva tiene sus tiempos y ritmos propios. Sus formas de combinar luces y oscuridades, soles y lluvias. La vida de árboles, plantas, animales y bichos de todo tipo se despliega en su exuberancia. El agua y el verde acaparan los sentidos.
Para quedarse, sin destruir, es necesario respirar, escuchar y entrarle con humildad.
La selva es quizás una de las formas de vida más opuestas que hay a la ciudad; y como opuestos comparten algunas cosas. Pueden alucinar y apabullar, atrapar y atemorizar.
En la selva, la presencia humana es periférica, en la ciudad es sobre abundante. Y aún así, se dice que la ciudad es una selva de cemento. ¿Será que también la ciudad, a su manera, deja al ser humano en la periferia de la vida? ¿Será que no podemos soportar la idea de una selva en la que sea bello vivir?
Verónica Gelman
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