Tejiendo el Mambo

Por M. Emilia Sganga

Contar la historia del Mambo como un cuento es difícil y engañoso. Más que de historia podríamos hablar de puntos, de nudos que se van a uniendo y que cobran un sentido al leerlos como conjunto. No se trata aquí de narrar una historia lineal y resuelta sino de aportar esos nudos que pueden guiar varias versiones y acortar distancias.
Comencemos por la palabra misma: “mambo”. Hoy al nombrarla no podemos alejarla de una pronunciación que nos hace bailar, o pegar un gritito alargando las vocales. Si revisamos un poco el término, llegamos a una palabra de origen africano que podría relacionarse con la realización de una “conversación con los dioses”, más específicamente, cercano a cantos rituales aportados por los esclavos Congos y su música Bantú. Y si continuamos en busca del uso de éste término, podemos tomar “mambo”, como una palabra utilizada por músicos cubanos, para indicar el enlace entre dos partes improvisadas en una misma canción. Y aquí nos quedaremos un rato: el término fue popularizado en Cuba por los hermanos Orestes e Israel (“Cachao”) López, quienes formaban parte (hacia fines de la década del 30) de la Orquesta “Arcaño y sus Maravillas”. Los hermanos, entonces dirigidos por Antonio Arcaño, agregan un estribillo (o montuno) sincopado. Cada vez que repetían esta parte decían “vamos a mambear”, y poco a poco, ese momento comenzó a ser nombrado como “sabrosura”, “diablo” o “mambo”. Este tipo de Danzón cubano ejecutado en la Orquesta de Arcaño fue conocido como “Nuevo Danzón” o “Danzón Mambo”. Y fue en ella donde el director enriquece la percusión con las tumbadoras, generando una modificación importante en el Danzón.
Pero como esto no se trata de comienzos y líneas rectas, será necesario recalcar que no sólo en la Orquesta de los hermanos López se estaban dando variaciones sonoras. También por esos años Arsenio Rodríguez (quien introdujo la conga como instrumento importante en el sonido cubano) trabajaba modificaciones en los tiempos y ritmos desde su conjunto “Los Montunos”, también Bebo Valdés con sus arreglos para la orquesta “Kubaney” en el ritmo Batanga y René Hernández (arreglista) hizo lo suyo en la orquesta de Julio Cuevas. Podemos hablar entonces de una época de experimentación y de ruptura de cánones en las orquestas cubanas.

Otro nombre importante para el desarrollo del Mambo fue el pianista Pablo Dámaso Jesús Pérez Prado, quien añade a la típica orquesta cubana una quinta trompeta y un trombón de vara. En Cuba esta modificación no fue bien recibida, e instantáneamente fue rechazada por las compañías discográficas que prohibieron contratar arreglos de Dámaso por sus «extravagantes orquestaciones». Con esta respuesta el pianista se retira de Cuba para radicarse en México DF, a fines de la década del ´40, donde poco a poco comenzó a difundirse su propuesta. Él mismo numeraba sus canciones a las que denominaba mambo, retomado el nombre utilizado por los hermanos López. Lo que Pérez Prado fusionó fue la innovación de Arcaño y la superpuso con el Jazz estadounidense y el Swing (mantuvo del jazz los saxos al unísono en el registro grave, las trompetas en los agudos y la percusión al ritmo sincopado cubano), y claro, le agregó una firma personal: los famosos grititos entre estrofas. Autor de canciones como “Mambo N° 5”, “Cerezo rosa”, “Qué rico el mambo”, “Mambo Politécnico”, “Mambo Universitario”, y tantos más.
Fueron varios los músicos cubanos que pasaron por su orquesta: Beny Moré, Johnny Pacheco, Mongo Santamaría, Bloch, Patato Valdez, Cándido, Ray Barreto, Maynard Ferguson, Shorty Rogers y Doc Severinsen.
Hacia la década del ´50 Pérez Prado llega Nueva York y desde allí comienza a expandirse por todo el mundo, llegando a películas como “La dolce vitta” de Fellini, donde el mambo “Patricia” es bailado por la actriz Anita Ekberg.
Y como siempre, la mezcla. Es que Pérez Prado con sus propuestas comienza a influir en renombrados músicos norteamericanos, al punto que comenzó a hablarse de una «escuela neoyorquina del mambo». Una influencia también directa en el Jazz, y aquí aparecen nombres como el de Artie Shaw y Dizzie Gillespie.



Desde Cuba Pérez Prado fue acusado de “extranjerizarse”, pero ello no hizo que el ritmo no fuera bailado y esparcido en la isla, Bebo Valdés hace sonar el mambo, desde la “Riverside” en Cuba.
Es así como podemos indicar algunos nudos, algunos puntos para trazar este camino, nada lineal, que puede guiarnos hacia algunas descripciones de estas hibridaciones musicales. Es que quizás podamos decir que el mambo no tiene características propias e invariables sino que es el cruce de varios ritmos, tiempos, lugares y nombres.

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