En Rumania, se puede denotar una valoración más profunda por la vida espiritual que por la terrenal. Esto se puede observar recorriendo las tradiciones, costumbres y creencias populares del país. No es extraño, entonces que una de las creencias más arraigadas rumanas se base en la existencia de una criatura muerta que se alimenta de sangre de seres vivos para mantenerse activo: El Vampiro.
Tansilvania ubicada en el centro del país, cuna de Drácula personaje de ficción, protagonista de la novela homónima del irlandés Bram Stoker, es uno de los lugares característicos de las historias vampirescas rumanas.
Se evidencia la fuerte impronta que han dejado estos seres legendarios en la cultura rumana, al tomar conciencia de los diversos nombres que se utilizan para indicar los distintos tipos de vampiros. El termino más común es strigoi, al que le sigue moroii. Se usan indiferentemente también lo términos varcolaci y pricolici, que a menudo son vampiros muertos y a veces animales que dicen devoran la luna durante los eclipses.
Si un bebé nacía junto a la placenta o un hombre mentía en un juicio por codicia, se podía convertir en vampiro. Así como las mujeres, al involucrarse en la brujería y en encantamientos malignos. Otras de las tantas creencias existentes era que si alguien moría sin ser bautizado, también se podía convertir en vampiro. Se creía también que un hombre era un vampiro si no comía ajo.
La gran cantidad de causas que existieron para que una persona se transformase en vampiro, demuestran no sólo lo sorprendente y poderosa que resultó esta leyenda para los rumanos sino también la increíble paranoia que pudo crear esta historia en las mentes del país.
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