Carlos “Patato” Valdés

Carlos “Patato” Valdés poseía cierta magia cuando hacía percusión. Esas habilidades lo convirtieron en embajador de los ritmos afrocubanos en el mundo del jazz, aunque también pasará a la historia por sus extraordinarias grabaciones rumberas.
Carlos Valdés había nacido el 4 de noviembre de 1926, en el barrio habanero de Los Sitios, en una familia muy santera y muy musical: su padre fue tresero de Los Apaches, el germen portuario de dos ilustres agrupaciones soneras: el Sexteto Habanero y el Sexteto Nacional. Aprendió a tocar el tres y la botijuela antes de inclinarse por la percusión, primero en los cajones y finalmente en las congas.
Formado en reuniones de rumberos y en comparsas de carnaval, Patato se profesionalizó a principios de los años cuarenta, tras probar suerte como boxeador y bailarín. Tocó con el Conjunto Kubavana, la Sonora Matancera o el Conjunto Casino. Y allí se fue haciendo de varios apodos: Zumbito (por sus actuaciones en el Zombie Club), Pingüino (por un baile que hacía en televisión) y Patato (por su pequeño tamaño).
En aquellos tiempos, dedicarse a la música en Cuba garantizaba penurias. Además, Patato quería experimentar y eso no era posible tocando para bailar o ante turistas.
Quizá por ello en 1954, emigró a Nueva York, como sus amigos: Cándido Camero, Armando Peraza, Mongo Santamaría y el pionero Chano Pozo (asesinado allí en 1948). Inmediatamente, entró a trabajar con Tito Puente. Su primera grabación en Estados Unidos fue el álbum Afro-cuban, del trompetista Kenny Dorham, que se abría con el intoxicante Afrodisia (recuperado por el pinchadiscos José A. Castillo, con ocasión de una visita de Patato a España a comienzos de siglo, el tema terminaría bautizando aquí sesiones de DJ y locales nocturnos).
Eran buenos tiempos para la música tropical. En 1956, Patato apareció en la película Y Dios creó a la mujer, enseñando los bailes de su tierra a Brigitte Bardot. Músico flexible, Valdés sonaba tan cómodo tocando con la big band de Machito como con el grupo de Herbie Mann. Sin embargo, se sentía en deuda con la “rumba de solar” y en 1968 grabó un disco revolucionario con su amigo Eugenio Arango, alias Totico.
Patato amplió las posibilidades creativas de los percusionistas, al tocar con tres o más congas. También facilitó su vida al desarrollar una conga afinable: harto del método tradicional (calentar el cuero sobre fuego), instaló un aro metálico y unas llaves para tensar. La empresa LP fabricó en serie su modelo, que se convertiría en el estándar de los congueros. Para promocionarlo, se formó el Latin Percusión Jazz Ensemble, que terminaría siendo absorbido por Tito Puente.
Aunque en los setenta tocó ocasionalmente con salseros, Patato prefería la libertad del territorio del latin jazz. Colaboró largo tiempo con el pianista argentino Jorge Dalto y con Alfredo Rodríguez, cubano afincado en París.
Ya reconocido como leyenda, y habiéndose embarcado en proyectos junto a Mario Bauzá y Bebo Valdés, Patato se hizo más visible en los últimos 25 años: tuvo su propia banda, Afrojazzia, aunque resultó más popular la formación The Conga Kings, con Cándido y Giovanni Hidalgo. Incluso llegó a colarse en las modernas pistas de bailes, con una remezcla de “San Francisco tiene su propio son”.
Precisamente, volvía el 18 de noviembre de tocar en California con los Conga Kings cuando comenzó a fallarle la respiración. Pudo resistir hasta los primeros días de diciembre, hasta que le quitaron los cables y tubos que lo mantenían con vida.

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