Casos y Letras (Roberto Arlt )

Por M. Emilia Sganga

Podríamos hablar de Roberto Arlt desde variadas perspectivas y entrando a su obra por variadas aristas, pero con el afán de hacer foco en algunas de sus peculiaridades, nos haremos cargo de algunas reducciones para hablar aquí de cómo se manifiesta la concepción de “trabajo” y de qué formas las despliega.
Para esto no podríamos obviar algunas especificidades contextuales. Su año de nacimiento, marca la entrada a un nuevo siglo. El año 1900, puede ser sólo casual, pero es cierto también que el pasaje al siglo XX, trae consigo un sistema de creencias alrededor de la modernización Claramente, esto aparece tematizado en sus obras.
Recordemos que Arlt, entra en el mercado literario, en la época de la gran masificación de los medios gráficos, un nuevo espacio moderno para el arte. La dupla escritor-mercado, comienzan a tener una relación muy fuerte, llegando al punto de una hibridación tal que será muy difícil comprender hasta dónde llegan los límites de sus componentes.
La nueva expansión tecnológica impacta directamente en los intersticios de la cultura, los sectores populares comienzan a acceder a medios de comunicación y consumos culturales a los que antes no tenían la más mínima entrada.
Es en este contexto en el que Arlt escribe, en sus escenarios aparece la ciudad que se está construyendo y aquella que está dejando de ser. Su obra es un puente entre una y otra.
Desde su autobiografía nos hace saber su experiencia escolar, cursó hasta 3° grado y lo echaron, y lo mismo sucedió cuando entró a al Escuela Mecánica de la Armada. Pues bien, serán estos datos los que servirán de base a sus críticos, quienes lo acusan de “no saber escribir”, de “no conocer las reglas del lenguaje”, en definitiva de no pertenecer a la clase de escritores a los que solo leen sus familias, y a quienes se dedican al arte literario en sus ratos de ocio (es así como los describirá el propio autor, al defenderse de las críticas).
Para Arlt, escribir es un trabajo. Es su trabajo, es lo que le permite vivir en la ciudad. Y por ello, se convierte en una especie de máquina de escribir corporizada.
Entre sus Aguafuertes Porteñas (Diario El Mundo), podemos encontrar el siguiente título: “El escritor como operario”, donde compara al oficio de escribir con el de construir casas: “…lo que lo diferencia del fabricante de casas, es que los libros no son tan útiles como las casas, y después…después que el fabricante de casas no es tan vanidoso como el escritor…”
En su literatura están a la vista las condiciones de su producción, una especie de pertenencia de clase, que nombra y crea su identidad al mismo tiempo. Aparecen recortes de saberes no legítimos, atravesados por los medios de comunicación. Aparecen inventos e inventores, personajes que no pertenecen a la élite urbana sino que se constituyen con aquello que “sobra”. Es por ello que la técnica tiene tanto espacio en sus obras, aparece un saber-hacer, un saber práctico que necesita un trabajo continuo, en oposición del saber académico de los letrados (a los que acusará de ociosos).
Su trayectoria puede verse como un continuo producir, como una máquina que el mismo construye en busca de una mayor productividad de sí mismo y allí deposita su futuro. Es en el prólogo de “Los lanzallamas” (1931) donde mencionará las desfavorables condiciones en la que trabajó, el acoso que sentía por la obligación de escribir su columna, y deja en claro que no dispone de rentas que le permitan no preocuparse por la culminación de la obra. En esas páginas aparece su apuesta: “el futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo” y sin dejar que el lector respire demasiado, anuncia que su próximo trabajo se titulará “Amor brujo” y estará a la venta al año siguiente.
No hay tiempo para el reposo, no hay quietud en Arlt. Sus personajes caminan por las calles o están encerrados inventando rosas galvanizadas, pero no descansan. Arlt escribe y no tiene tiempo para dejar de hacerlo, pues su sabiduría está en la práctica.


“EL ESCRITOR COMO OPERARIO”
Aguafuertes Porteñas (Diario El Mundo, 1928-1933)

Si usted conociera los entretelones de la literatura, se daría cuenta de que el escritor es un señor que tiene el oficio de escribir, como otro de fabricar casas. Nada más. Lo que lo diferencia del fabricante de casas, es que los libros no son tan útiles como las casas, y después... después que el fabricante de casas no es tan vanidoso como el escritor.
En nuestros tiempos, el escritor se cree el centro del mundo. Macanea a gusto. Engaña a la opinión pública, consciente o inconscientemente. No revisa sus opiniones. Cree que lo que escribió es verdad por el hecho de haberlo escrito él. El es el centro del mundo. La gente que hasta experimenta dificultades para escribirle a la familia, cree que la mentalidad del escritor es superior a la de sus semejantes y está equivocada respecto a los libros y respecto a los autores. Todos nosotros, los que escribimos y firmamos, lo hacemos para ganarnos el puchero. Nada más. Y para ganarnos el puchero no vacilamos a veces en afirmar que lo blanco es negro y viceversa. Y, además, hasta a veces nos permitimos el cinismo de reírnos y de creernos genios...

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