Por M. Emilia Sganga
Trasladarnos a tiempos lejanos, viajar desde la palabra, esa es la invitación.
Nos transportamos al año 572 AC, año en que se estima el nacimiento del poeta griego Anacreonte. Oriundo de Teos (isla jónica), ciudad que sufrió la conquista de los persas y desde donde Anacreonte se traslada a Samos , dominada en esa época por el tirano Polícrates, quien más tarde fue crucificado por los persas.
Una vez instalado en Samos, Anacreonte tuvo que volver a partir y fue a Atenas, donde se desarrollaba la tiranía de Hipias, quien también fue asesinado. Huyó de allí y se fue a Tesalia.
La vida de este poeta esta enmarcada en estos viajes, en estos exilios que lo obligaban a conocer nuevas regiones y otras historias. Este contexto es el marco en el cual comienza a desarrollarse la lírica griega y Anacreonte fue uno de los principales exponentes.
Durante su vida Anacreonte, estuvo poéticamente al servicio de varios tiranos: Polícrates de
Samos, Pisístrato, Hiparco e Hipias de Atenas, creó sus obras en las cortes de estos tiranos griegos, en el ámbito de los banquetes. Éstos eran espacios de encuentro entre hombres, donde se comía, se hacía una libación con vino puro en honor del dios Dionisos o Zeus y animados por el vino los comensales pronunciaban discursos, cantaban canciones de mesa y se escuchaba a los poetas ‘cantar’ sus composiciones.
Es por ello que se reconoce a Anacreonte como el poeta de los banquetes y es por ello que se llama lírica a este tipo de creaciones, donde era la lira el instrumento musical que acompañaba a estos cantos poéticos. Espacios donde lo dionisiaco quedaba liberado, donde el exceso era virtud y donde las formas de la convivencia permitían el tono juguetón y erótico que prevalecía en las poesías de Anacreonte, buscando siempre causar placer en su público.
Los temas que más abordaba en sus obras giraban en torno a la carencia de finalidades de la existencia humana, a los placeres mundanos, a la juventud y al presente.
La gran distancia entre la lírica y la poesía épica, se centra en que el sujeto hablante deja de ser un pueblo abstracto y anónimo en el devenir de acontecimientos heroicos (al estilo de Homero), para pasar a ser el poeta el protagonista de lo que se cuenta, el poseedor de la voz que deja a la luz sus propias sensaciones y pensamientos. Anacreonte deja de lado lo mítico y se hunde en la contemporaneidad, en el hedonismo, en el amor como lo idílico y lo erótico.
Es necesario remarcar que la poesía de Anacreonte siempre se mantuvo sujeta a las decisiones de los tiranos, por lo que no gozaba de libertad para hablar sobre algunos temas, sobre todo en lo concerniente a lo político. Pero, de todas formas, puede verse en varios de sus escritos cómo construye estrategias retóricas que le permitieron expresarse políticamente sin necesidad de hacer referencias directas.
Se estima que falleció a sus 85 años en Atenas y que ha recibido epitafios laudatorios, así como ha tenido su persona una estatua en la Acrópolis en honor a sus creaciones.
Las palabras pueden alejarnos como acercarnos, en este caso nos permiten viajar en el tiempo, revisar, hurgar y crearnos nuevas historias. Lo dionisiaco, lo caótico, se hace presente, estalla en pedazos y no pide permiso. Anacreonte nos abre las puertas al banquete, para que el goce poco a poco se convierta en pregunta.
Poemas de Anacreonte
I
¿A qué me instruyes en las reglas de la retórica?
Al fin y al cabo, ¿a qué tantos discursos
que en nada me aprovechan?
Será mejor que enseñes a saborear
el néctar de Dionisios
y a hacer que la más bella de las diosas
aun me haga digno de sus encantos.
La nieve ha hecho en mi cabeza su corona;
muchacho, dame agua y vino que el alma me adormezcan
pues el tiempo que me queda por vivir
es breve, demasiado breve.
Pronto me habrás de enterrar
y los muertos no beben, no aman, no desean.
II
De la dulce vida, me queda poca cosa;
esto me hace llorar a menudo porque temo al Tártaro;
bajar hasta los abismos del Hades,
es sobrecogedor y doloroso,
aparte de que indefectiblemente
ya no vuelve a subir quien allí desciende
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