Dudar del lenguaje, exagerar sus puntos débiles, hacerlo estallar y jugar con él. Es una de las formas con la que el poeta chileno Rodrigo Lira logró intervenir en lo social, en una realidad de la que también duda, con la que se enoja, que niega y que a la vez construye desde lo imposible.
Siguiendo de alguna manera los caminos que ya habían trazado poetas como Nicanor Parra y Enrique Lihn, él logra acercarse más al extremo, el límite para él es casi imposible. En sus obras logra alterar la tranquilidad del lector, quien acostumbrado al fluir del texto en la lectura se ve totalmente sobrepasado. De hecho, Rodrigo Lira, no solo se ha dedicado a jugar con el lenguaje, con la poesía, con el género, sino que también lo ha hecho con los lectores. Crea un idioma común con ellos, logrando cierta complicidad desde un lenguaje coloquial, y al poco tiempo le suelta la mano al lector, quien queda vagando en una especie de laberinto poético. Ahí está el juego, ahí está acción.
Trabaja desde el humor, desde el grotesco y logra crear en cada uno de sus escritos un mundo desquiciado, donde el caos y el desorden se convierten en lo cotidiano. Se niega como poeta y en esa negación aparece su propia identidad.
Rodrigo Lira nació en Santiago de Chile en 1949 e inició sus estudios en la Universidad Católica en 1966. La Universidad será su lugar de creación, de lectura y expresión. Pasará por las carreras de psicología, filosofía, arte y lingüística, sin finalizar ninguna de ellas.
Durante el gobierno de la Unidad Popular Rodrigo Lira trabajó esporádicamente en la Editora Nacional Quimantú, de propiedad estatal, escribiendo cuentos infantiles.
En 1971 se le diagnosticó esquizofrenia, diagnóstico del que reniega en sus poemas, poniendo en cuestión el termino “locura” y la etiqueta de “loco” que pesa sobre él.
No podemos pasar por alto el contexto histórico en el que se desarrolló su vida y su obra, dado que el Golpe de Estado de 1973 y la opresión que reinaba por entonces, se hacen carne en sus poesías y en la de toda su generación. La poesía chilena sufrió un quiebre.
Por un lado la ruptura del trabajo desarrollado por los poetas de las generaciones anteriores (muchos de ellos en prisión o en el exilio) y al mismo tiempo comienzan a ser excluidos los jóvenes del campo cultural - artístico y los espacios donde éstos se expresaban, como las revistas literarias y las universidades, fueron clausuradas como espacio de creación y difusión.
Esta soledad y la avasallamiento que generaba la prohibición, hizo que gran parte de las obras, temas y elementos utilizados por los poetas de los años ´60, como Nicanor Parra y Enrique Lihn, sean reutilizados y resignificados por la generación de poetas a la que perteneció Rodrigo Lira
Así el uso del lenguaje coloquial, el humor, la mirada de los poetas del sur, enriquecida por la poesía mapuche y étnica, aparecen como principales elementos retomados por estos jóvenes poetas.
Lira se consideraba a sí mismo como un manipulador del lenguaje y así es como no solo la palabra escrita es la que toma relieve sino que juega con superposiciones armadas por el mismo, donde experimenta con la lingüística y la gráfica y hace circular sus texto por medio de fotocopias que él mismo diseñaba y que estaban colmados de juegos tipográficos e imágenes.
Entre 1977 y 1981 escribirá la mayor parte de su obra y es en 1979 cuando obtiene el primer premio del concurso poético organizado por la revista La Bicicleta, por su poema "Cuatro tres cientos sesenta y cincos y un 366 de onces".
En 1981, en el mismo año de su muerte, Lira se encarga de realizar una recopilación de sus obras. Las ordena, rescribe algunos textos y los acomoda en una carpeta que entregará para participar en un nuevo concurso, encargándose de darles la forma más parecida a una edición.
Y así quedaron sus textos ordenados, y adentro de esa carpeta el vértigo de sus obras, como una especie de decisión ya tomada, dejó sus poemas, los abandonó. El día de su cumpleaños número 32, Rodrigo Lira se quitó la vida.
Tendrán que pasar tres años para que al fin se publique aquella carpeta vertiginosa y ordenada Proyecto de obras completas. Allí figuran sus obras, en las que nos invita (sin invitarnos) a jugar y a reflexionar desde la acción misma de la palabra y buscar el punto donde pararnos cuando se pierde el equilibrio de la letra impresa.
AUTOCRÍTICAS, UNO – Rodrigo Lira
Está Mal hecha
La Mujer está mal hecha
dice la letra
de una cumbia
colombiana.
ESPANTOSA SENSACIÓN
cuando te consta y es evidente
que esa poesía que escribiste hace no mucho
también está mal hecha
la Poesía está
mal
hecha.
SERMÓN DE LOS HOMBRECITOS MAGENTAS – Rodrigo Lira
No te olvides del lector, Po
Po
Poe
ta: el lector de poesía
es el más exigente inteligentísimo
culto preparadísimo!
La poesía no es para cualquiera y no
cualquiera escribe al óleo con el pincel
de Francis Bacon. Reconoce el límite de tus
posibilidades. Limítate a la acuarela,
en tus comienzos. Abocetea, con
delicadeza. Filtra, tamiza,
depura. Explora tu veta
sin brocear tu mina.
El sonido está en
la letra. La voz, escritor, se te da por
añadidura.
No recortes. Nada de volteretas
de Volotinero, ríen de pirotecnia.
La torta de letras no precisa crema
No pulses tu lira por monedas de oro o
bronce (Proverbio Japonés)
Habrás de tomar en cuenta
lo de siempre: la luna las flores la muerte
la tristeza. La doble circulación,
el inasible equilibrio entre vómito
y estilo, las mujeres de palabra (La diosa),
las musas las figuras los recursos: lo
de siempre, en odres otros. Medita
tus versos siete veces, y tu verbo
cuarenta veces siete. Suma dos
más dos: descuenta
el IVA!
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