Por M. Emilia Sganga
Retomar la figura del payador, nos obliga a una traición: aquella que intenta recoger la oralidad desde el texto escrito. En uno de los pasajes de Facundo de Sarmiento, se describe al payador como un cantor errante, sin residencia fija, un cantor memorioso que repite coplas, y que según Sarmiento, desgrana una poesía “pesada, monótona, irregular” a un público que animado por el alcohol y poco exigente, no dejará de celebrar. Esta es la figura que describe Sarmiento, sin embargo otros escritores mencionan y describen al payador como un trabajador aficionado a la guitarra y que comparte con sus compañeros de trabajo y vecinos, sus coplas. Presentes en los días festivos o en los momentos de ocio, lo que atrae de esta figura es el arte de la composición improvisada, el instante mismo de la creación. Las pulperías son el espacio en que se los suele ubicar, y donde se arman desafíos entre otros payadores, cantando a contrapunto o bien respondiendo a los temas que su público les plantea. En este arte, la repetición sede el paso a la improvisación junto a la compañía de la guitarra.
Mayoritariamente las estrofas de los payadores se componen como décimas, pero su sistematización se fue asentando con el transcurso del tiempo, sobre todo, cuando el payador comienza a profesionalizarse. En relación a la estructura de los versos, los payadores rurales de mediados del siglo XIX, utilizaban con mayor frecuencia la cuarteta o la estrofa de seis versos. Podríamos proponernos realizar una especie de periodización de la historia del payador y la payada: en una primer etapa los cantores rurales alternaban el canto con sus labores campesinas y un segundo momento (entre la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del sigo XX) el payador, ya urbano, realiza su arte como una profesión y actúa en espacios dedicados a tal espectáculo: salones, teatros, circos y varietes. Le seguirá una etapa rodeado por las nuevas tecnologías, como las grabaciones y la radiodifusión que permitirán que su arte se expanda más allá del espacio donde se realiza la improvisación.
Desde este breve punteo del desarrollo de la payada en Argentina no queremos dejar de nombrar a quien fue considerado uno de los máximos payadores: Gabino Ezeiza. Nacido en el barrio de San Telmo en 1858. Su actividad como payador coincide con lo que se llama la “época dorada” de la payada, en un momento de transformaciones sociales y políticas. El cambio de siglo y la primer década del siglo XX, fueron payadas con coplas y con la guitarra de Gabino Ezeiza. Por entonces, los payadores se alejan de la figura del “gaucho” y con frecuencia escriben artículos en periódicos, se dedican a la escritura de poemas y reflexionan sobre temas histórico-sociales.
Gabino Ezeiza debutó como payador a sus catorce años en la pulpería de Pancho Luna. Además de recorrer los pueblos del interior con su arte y su guitarra, lo hizo también con un circo de su propiedad: el llamado "Pabellón Argentino", que perdió en un incendio en el año 1893. Comenzó a ser reconocido cuando Juan Carlos Podestá lo contrató como atracción principal para que lo acompañara en las representaciones de Juan Moreira. Llegó a grabar discos, y recopiló sus versos en el folleto "Cantos a la Patria". El primitivo ritmo que cantaron los payadores rioplatenses fue el Cielito, lo siguieron la Cifra, la Habanera, la Vidalita y el Estilo. Gabino Ezeiza introdujo en los payadores la milonga. Tanto Gardel como Razzano lo conocieron en los comités políticos a principios del siglo XX, esa relación se hizo patente en la rueda del popular "Café de los Angelitos", en Rivadavia y Rincón.
Falleció el 12 de octubre de 1916, en su casa del barrio del Flores, donde puede verse una placa que lo conmemora. Esa misma tarde asumía la presidencia de la nación el doctor Hipólito Irigoyen, candidato del partido radical y gran amigo de Gabino Ezeiza.
En Argentina se celebra el día del payador el 23 de Julio, recordando la improvisación que Gabino Ezeiza realizo en Paysandú (Uruguay) en 1884, conocida como “Heroico Paysandú”.
Intentar recorrer la historia de la payada y sus figuras, es ir abriendo el paso a esas formas de contarnos a nosotros mismos la historia que se va construyendo, desde la oralidad, desde la música y la poética, se erigen narraciones que nos dicen parte de una historia poco contada.
El adiós
de Gabino Ezeiza*
Buenos Aires de mi amor,
¡oh, ciudad donde he nacido!
No me arrojes al olvido
yo, que he sido tu cantor.
De mi guitarra el rumor
recogió en sus melodías,
el recuerdo de otros días
que jamás han de volver,
los viejos cantos de ayer
que fueron las glorias mías.
Esperanzas que ya no hay,
coplas y cielos ardientes,
La diana de los valientes
volviendo del Paraguay.
Cantos de patria, pero ¡hay!
que en la guitarra argentina,
que en la guitarra argentina
melancólica se inclina
para decirles adiós,
mientras se apaga la voz
de las milongas de Alsina.
Por eso vengo a cantar
mi trova de despedida,
que hoy la tarde de la vida
mi alma ya empieza a nublar.
Nadie volverá a escuchar
de mi guitarra el rumor,
de mi guitarra el rumor,
cantos de gloria y de amor
de la ciudad en que he nacido,
no me arrojes al olvido
yo que he sido tu cantor.
*Milonga 1933. Música: Enrique Maciel.
Letra: Héctor Pedro Blomberg
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