Casos y Letras: Ida Gramcko

Por M. Emilia Sganga

Sumergirnos en la escritura desde lo poético, nos lleva a nadar muchas veces en una especie de vacío existencial donde intentamos nombrar y de alguna manera escaparnos hacia un espacio inexistente para tomar la palabra como un tejido, como una forma de ir anudándonos, de ir nombrándonos.


Abordar esta tarea como inútil, como excesiva, es un gesto que nos lleva a la ruptura, a ir por un camino donde el fin no significa lo esperado.

Desde este exceso es que encaramos la obra de la poeta, ensayista y escritora venezolana Ida Gramcko.

Guiada por una especie de pasión sonora, en la que todo va transformándose en algo potencialmente poético, sus construcciones pueden designarse como excesos, como maneras de transitar lo infernal, lo sagrado, lo reprimido, donde es ella misma, la que se pierde en la escritura, como una especie de Sísifo que asciende y desciende de manera incansable.

Ida Gramcko naciò el 9 de octubre de 1924 en Puerto Cabello (Venezuela), a sus 38 años finalizó el bachillerato y a los cuarenta entró a la Escuela de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela donde se graduó. Allí comienza a desempeñarse como profesora, labor que desarrolló durante 14 años.

Desde los 13 años publicó sus primeros poemas en los periódicos regionales El Unare de Zaraza y El Caribeño de Valencia y a sus 18 años, publica su primer poemario Umbral, y dos años después Cámara de cristal (1944). Por entonces comienza a desempeñarse como reportera policial y cultural de El Nacional, siendo una de las primeras mujeres en desarrollar estas tareas en Venezuela. Durante 50 años escribió para este diario de la mano del que sería su compañero, el periodista español José Domínguez Benavides.

Un viaje a México le sirvió de inspiración para la escritura de su tercer libro La Vara Mágica (1948) y algunos poemas del libro más reconocido Poemas (1952), que le confirieron el reconocimiento absoluto de los poetas de su tiempo.

En 1948, fue a Moscú, enviada por el presidente Rómulo Gallegos, como embajadora en aquel país. Fue allí donde recibió la noticia del derrocamiento del gobierno de Ròmulo Gallegos por la Dictadura Militar de Pérez Jimenez. Es así como Ida, decide aplazar su retorno a Venezuela y muchas de sus poesías enfrentaron al gobierno militar y al silencio que este imponía

Hacia 1960 la poeta comienza a experimentar una fuerte depresión y comenzó tratamientos psiquiátricos, estas sensaciones la llevaron a escribir y publicar Poemas de una psicótica (1964). En este libro aparece lo demoníaco vinculado a lo animal y hace referencia a constantes alucinaciones. El libro, originariamente fue dividido en dos capítulos “poemas de la enfermedad” y “poemas de la curación”. Es en esa segunda parte donde la poeta se obliga a abandonar el delirio, mostrando un corte abrupto con la primer parte del poemario.

Luego de obtener su licenciatura en Filosofía, en 1968, se dedicó a la docencia y continuó escribiendo poesías y artículos para diarios y revistas especializadas en arte y literatura.

En 1977 le otorgan el Premio Nacional de Literatura, reconociendo la calidad de sus obras y su vida dedicada a la escritura.

Durante la década del `80, Ida Gramcko continúa dando clases y para 1993 publica su último poemario, titulado Treno. Un año más tarde fallece.

Su obra testimonia no solo sus experiencias y sus infiernos, sino que va tejiendo su propia historia. En sus poemas nos abre la puerta a su mundo, a sus exigencias y nos deja ahí, expectantes y listos para tejer nuestro propio tapiz.



ATIENDA AQUEL QUE DIJO - Ida Gramcko

Hallar dicha y sosiego
en un sueño beatífico y tranquilo;
atienda a lo que digo y lo que creo.
¿Sabes, nocturno amigo,
a qué cosa en verdad llamamos sueño?
Atiende, hermano mío,
sin pena y sin recelo,
yo, que he soñado, yo, que no he dormido,
te pregunto sin voz desde mi lecho:
¿crees que el sueño protege del abismo,
rescata del asalto y del incendio?
Yo, soñadora inmóvil, no he creído
en mi rostro apacible cuando duermo.
Lucho soñando, sórdida, conmigo,
con un pájaro extraño, con el viento,
con un agudo y afilado pico
que me horada las sienes y el cerebro
y dejo sangre en el cojín y heridos
flotan ardiendo, aullando, mis cabellos.
Soñador y sonámbulo es lo mismo.
Se va entre nieblas, huérfano.
¿Quién hiló las almohadas? ¿El olvido?
La mano movediza del recuerdo
con un sombrío ovillo
y tejió la crisálida del lienzo
con una larga víbora de lino
que se enrosca en el alma y en el cuerpo.
Atienda aquel que alguna vez me dijo
hallar quietud seráfica en el sueño;
atienda a mi creencia, a mi pregunta,
que es la de todo soñador despierto.
Creo en mi corazón, su llama oculta
bajo las sábanas, ardiendo.
Creo en mi sangre muda
corriendo como un río del infierno.
¿Cree alguien en la calma de las tumbas,
en la paz de los muertos?
Quieren creer... ¡No lo han creído nunca!
Descansa en paz, sólo es un gran deseo.
Descansa en paz, pero la paz no escucha;
descansa en paz, pero el descanso es ciego.
La muerte, insomne, mira hacia la lucha
y el sueño es el más íntimo desvelo.


ARRÁNCAME LAS ÁRIDAS RAICES - Ida Gramcko

Arráncame las áridas raíces
Déjame suspendida en el espacio,
entre los vientos firmes.
Allí se está como en un gran regazo
maternal y sin límites.
Déjame con los pájaros,
indagan lo invisible.
¡Ah, más allá del cielo se alza un árbol
que sus alas indómitas persiguen!
No lo han visto jamás y, sin embargo,
creen sentir su rumor en los confines.
Rumor de hojas distantes... Pero ¿acaso
no lo vieron, gigante, en el origen
primero de la vida, y en sus cantos
no es la voz de la ausencia lo que aflige?
Deja que suba a lo alto
y que mi canto vibre.
Canto la ausencia de algo,
de una estrella enterrada en nubes grises.
La sombra azul del árbol
se dilata y me ciñe.
Déjame con los pájaros.
Soy una flor delimitada y triste.
Arráncame los pétalos y el tallo
y la fragancia, y líbrame.

De Poemas, 1952

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