
Entre los Tobas era meritorio aprender a guardar silencio o hablar sólo lo imprescindible. Los discursos estaban reservados a los jefes y ancianos, que eran los poseedores de la sabiduría y un motivo de castigo era interrumpir o levantar la voz en medio de ellos.
Este es el tabú del silencio. Cuando una persona de la tribu moría su nombre se transformaba en tabú, no podía ser pronunciado, ni tampoco mencionado por su parentesco. Esta prohibición era abandonada cuando un niño tomaba el nombre del muerto, sucedía en una ceremonia de iniciación en la que se imponía a los niños el nombre de parientes fallecidos que guardaban cierta semejanza física o espiritual con éstos.
Tampoco se podían nombrar ciertas enfermedades y plagas, que creían eran atraídas por la voz humana.
Lo que nos demuestra este tabú, es el poder de la palabra para los Tobas. El signo lingüístico trasciende la mera función comunicativa y adquiere nuevas significaciones capaces de producir resultados adversos a la seguridad individual o social.
Otros tabúes son los relacionados con la astronomía, los Tobas eran grandes observadores del cielo. Salvo los ancianos, que estaban exceptuados de estos tabúes, a los Tobas se les prohibía señalar el arco iris. Se consideraba que éste era el alma de una persona que mataba a la gente y raptaba niños.
Esta comunidad aborigen chaqueña tampoco podía contar las estrellas, ni mirar de frente a la luna, pues su brillo enceguecía a las personas.
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