El eco de un grito latino: Amparo Ochoa

Por M. Emilia Sganga

Esta voz inconfundible nos lleva a emprender un viaje en el tiempo y el espacio. Nos trasladamos a México, al Estado de Sinaloa, al municipio de Culiacán, a la localidad de Costa Rica. Nos plantamos allí, al menos un momento, y desde aquí nos vamos al año 1946. Llegadas estas coordenadas espacio-temporales, dejaremos pasar un momento así podemos ubicarnos.
Es en el encuentro de este lugar y este año, cuando nace Amparo Ochoa, la hija menor de una pareja que había criado ya diez hijos, una casa donde todos cantaban. Amparo, se dedicó al estudio, primero a la enfermería y luego entró al magisterio y se decidió a ejercer como maestra rural en La Palma, Villa Ángel Flores y Tierra Blanca en su estado natal. Paralelamente continuaba construyendo sus bases musicales, que serían desplegadas hacia 1969, cuando viaja a la ciudad de México. Allí gana un concurso de aficionados, como cantante y poco después se inscribe en la Escuela Nacional de Música (de la UNAM).
Aquí no podemos dejar de mencionar los violentos episodios que se fueron gestando durante 1968 (y con anterioridad), el 2 de octubre de ese año sectores estudiantiles, trabajadores y organizaciones sociales se unen en una manifestación en Plaza de las Tres Culturas, repudiando las políticas aplicadas desde el gobierno mexicano. La represión fue en aumento durante este período, para acabar en una masacre el 2 de octubre de 1968. Luego de esa violenta jornada, tristemente conocida como la Matanza de Tlatelolco, fueron secuestradas centenares de personas, torturadas y desaparecidas muchas de ellas. Amparo Ochoa, tomó la voz de muchos de aquellos enfrentamientos y los hizo canción.
Fue en la UNAM donde se puso en contacto con Oscar Chávez, Salvador El Negro Ojeda, y así cantó junto a ellos. El canto de Amparo se construyó como la representación de los “sin voz”, o mejor dicho, de aquellos a quienes no se deseaba escuchar, los estudiantes, los obreros, los campesinos, las mujeres, los niños, las clases bajas, los reprimidos por el gobierno, los secuestrados. Haciendo escuchar las diferencias y exclusiones sociales que imponía (e impone) el sistema, contando la historia del México desplazado, excluido y olvidado. Retoma la memoria, se hace cargo de ella y la hace canción extrema. Amparo cantaba en la Universidad, en la Casa del Lago, en los bares, en las cafeterías, y en las primeras peñas de la época. Su grito iba a la conquista de un mundo más justo, ondeando siempre la bandera libertaria, reclamando justicia, derecho al trabajo, a la educación, a la salud, canciones contra la explotación y el sistema económico que hace más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. Es por ello que no solo ha cantado en español, sino que también lo ha hecho en las lenguas indígenas náhuatl, chontal, mayo, y ha apoyando durante toda su carrera la causa Zapatista
Y los gritos, por suerte, suenan fuerte y tienen eco, así no sólo llego a todo México, sino que se expandió por América Latina, y graba en 1974 un disco en solidaridad con el pueblo chileno, después del golpe de Estado en el que había sido derrocado Salvador Allende. Amparo Ochoa fue parte de lo que hoy conocemos como el movimiento de la Nueva Canción, que se dio en todo el continente, caracterizado por un gran compromiso social, recurriendo musicalmente al folklore (tal como se presenta en cada región de subcontinente), con fuertes raíces afroaméricanas, indígenas e Ibéricas y con una fuerte tendencia a la fusión aportando a la creación de nuevas experiencias. Muchos de estos artistas fueron censurados, torturados, “desaparecidos” o exiliados en los ´70 cuando las Fuerzas Armadas tomaron los gobiernos de la mayoría de los países latinoamericanos.
Aquí nos quedamos en este viaje. Volvemos a nuestro hoy, escuchamos a Amparo Ochoa y podemos percibir qué tan poco hemos cambiado, podemos percibir qué tanto hemos olvidado.

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