Por M. Emilia Sganga
Chantango
Chantango
El escritor y poeta Charles Baudelaire nace en París el 9 de abril de 1821, su primera publicación data de 1845, se trataba de “Salón”, un libro de crítica de arte.
Poco después comienza a conocer la obra de Edgar Allan Poe, y su admiración lo lleva a traducir sus obras al francés por más de diecisiete años.
Su obra más difundida (y también presa de la censura napoleónica) fue “Las Flores del mal” de 1857, se trata de una recopilación de poesías. Será necesario recordar aquí el contexto en el que se desarrolló su obra: en el siglo XIX, la consolidación no sólo de la burguesía, y sobre todo de su ideología como pensamiento dominante, convirtió al valor del trabajo útil en el motivo conductor de la vida social. En contraposición, Baudelaire crea la figura del dandy, donde reivindica la ociosidad, convirtiéndose en un héroe de aquello que no tiene finalidad en la ciudad, se crea a sí mismo como un artista improductivo, en al época en que el escritor se convierte en un asalariado más.
Algunos de los lineamientos generales en su obra son: la conciencia de discontinuidad del tiempo, el sentimiento de novedad y el vértigo que genera lo pasajero. La ironía es otro de sus fuertes, donde logra entrelazar lo real y lo imaginario. El poeta ya no se limita a ser un receptáculo “objetivo” de la realidad, sino que realizará un desciframiento, revelando no solo lo observado sino también el sentido de la observación. Es en ese mismo movimiento en el que encuentra su identidad, inventándose a sí mismo como sujeto creador.
El presente se vuelve un tiempo detenido, ya no hay nostalgia por un pasado perdido. El tiempo de Baudelaire, es un tiempo transitoriamente permanente. La ciudad se vuelve el escenario total de su obra, convirtiéndose en un objeto artístico en permanente cambio, en un tiempo sin duración. Es allí donde aparece la figura del flaneur, como el paseante entre la multitud citadina. El mismo se definía como “un pintor de la vida cotidiana”.
Dentro de esa cotidianeidad, Baudelaire, se centra en la melancolía, en los suburbios, en personajes más o menos marginados. Las miserias humanas, depravaciones, la muerte y la locura son temas recurrentes. Dentro de estos temas, la bebida también cobra protagonismo, dedicándole un capítulo de “Las Flores del Mal”, al vino. En él se incluyen poesías como “El alma del vino”, “El vino de los traperos”, “El vino del asesino” y “El vino de los amantes”.
El grupo italiano Chantango, se ha sumado a esta temática:
Chantango basa su obra en la comunión entre el tango y la poesía. Su primer disco: “L´Anima del vino” (1999), tiene como centro y protagonista a dicha bebida. El nombre del mismo se debe a la poesía homónima de Charles Baudelaire, a la que musicalizan.
Su espectáculo realza aquellas particularidades que el vino puede generar y declaran que “el vino como la música y la poesía, cuando son buenos, tonifican, llenan de alegría y ayudan a estar bien con uno mismo”. Encuentran allí la excusa perfecta para la celebración, y buscan una secreta afinidad entre el vino y la música, que según ellos comprende la entera esfera sensorial, uniendo el tacto, el gusto, el perfume, el color y el sonido en una nueva comunión, que podrá generar emociones nuevas o evocar recuerdos de momentos especiales. Para Chantango “en el vino se sienten latir las venas de la tierra, en la poesía las venas de la vida… La música y la poesía son como el vino que entra en el cuerpo, lo acaricia con sabiduría y lo besa”.
Poesía:
Una noche, el alma del vino cantó en las botellas:
"¡Hombre, hacia ti elevo, ¡oh! querido desheredado,
Bajo mi prisión de vidrio y mis lacres bermejos,
Una canción colmada de luz y de fraternidad!
Sobre la colina en llamas, yo sé cuánto se requiere
De pena, de sudor y de sol abrasador
Para engendrar mi vida y para infundirme el alma;
Mas, no seré ni ingrato ni dañino,
Pues que experimento un regocijo inmenso cuando caigo
En el gaznate de un hombre consumido por su labor,
Y su cálido pecho es una dulce tumba
En la cual me siento mucho mejor que en mis frías bodegas.
¿Oyes resonar las canciones dominicales
Y la esperanza que gorjea en mi pecho palpitante?
Los codos sobre la mesa y arremangado,
Tú me glorificarás y te sentirás contento;
Yo iluminaré los ojos de tu mujer arrebatada;
A tu hijo le volveré su fuerza y sus colores
Y seré para ese frágil atleta de la vida
El ungüento que fortalece los músculos de los luchadores.
En ti yo caeré, vegetal ambrosia,
Grano precioso arrojado por el eterno Sembrador,
Para que de nuestro amor nazca la poesía
Que brotará hacia Dios cual una rara flor!"
(1844) Charles Baudelaire
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