Por M. Emilia Sganga
En este caso la distancia entre el autor y su obra queda minimizad a un fino hilo que intenta un límite. No diremos aquí que la obra de Augusto Roa Bastos es reflejo de su vida, ni apoyaremos la idea de una especie de autorreferencia constante.
En cambio, diremos que hay hendiduras que se le escapan al autor, y por donde entra la luz de su propia experiencia, tejiéndose un intrincado matrimonio que queda plasmado en cada uno de sus textos, novelas, poesías, canciones y cuentos.
Los personajes que habitan cada palabra, no dejan de abrirnos las puertas de la ambigüedad, autor y lector se perpetúan en ese abismo construido.
Augusto Roa Bastos, nace en Asunción el 13 de junio de 1917 y fallece en la misma ciudad el 26 de abril de 2005, pero si hay algo que no caracterizó esos 88 años, fue la quietud.
Al poco tiempo de su nacimiento, la familia se traslada a a Iturbe, un pueblito al este de Asunción, uno de los núcleos en que la lengua indígena está más enraizada. Y aquí encontramos una de las dualidades de Roa Bastos, sino la más importante: sus compañeros de escuela le hablaban guaraní, su madre le leía la Biblia en este idioma, pero su padre, le prohibía hablar esa lengua a la que calificaba de “plebeya”. Sorprende una de las declaraciones del autor, donde afirma que escribía por la madre y en contra del padre.
Podemos encontrar en esta figura del padre, uno de sus primeros fuertes enfrentamientos en contra del totalitarismo:"El tema del poder, para mí, en sus diferentes manifestaciones, aparece en toda mi obra, ya sea en forma política, religiosa o en un contexto familiar. El poder constituye un tremendo estigma, una especie de orgullo humano que necesita controlar la personalidad de otros. Es una condición antilógica que produce una sociedad enferma. La represión siempre produce el contragolpe de la rebelión. Desde que era niño sentí la necesidad de oponerme al poder, al bárbaro castigo por cosas sin importancia, cuyas razones nunca se manifiestan".
Y si hay otro eje central en su obra y en su vida, éste es el exilio. El tenso clima familiar que vivía, lo llevó a escaparse de su casa cuando tenía 8 años. Partió hacia Asunción, donde vivió varios años con su tío, sacerdote.
Para 1932, al estallar la guerra entre el Paraguay y Bolivia por el control de la región del Chaco, se incorporó al ejército como asistente en un hospital de campaña. Esta experiencia le deja una marca que aparece en sus textos en las más variadas formas, la muerte y las formas de enfrentarla, son una constante en sus obras.
Al cumplir 25 años, Augusto Roa Bastos, publica su primer novela “Fulgencio Miranda”, y a los pocos años adhiere al grupo Vy'a Raity ("El nido de la alegría" en guaraní), decisivo para la renovación poética y artística de Paraguay durante esa década.
En 1945 recibe una beca del British Council, que le permite viajar por Gran Bretaña y Francia, y realizar entrevistas y crónicas del final de la II Guerra Mundial que publican en el diario "El País" de Asunción. Al regresar a Paraguay en 1946, se ve obligado a exiliarse: "Tenía el fervor de la democracia, de la libertad. Había escrito fuertes artículos en contra de dos gobiernos militares, que me obligaron a exiliarme. Me oculté con un amigo en la embajada brasileña y reinicié mi vida en Buenos Aires”.
Es así como comienza su vida en Argentina, pasando por diversos trabajos como vendedor, traductor, cartero, pero nunca dejando de escribir. Publica en 1953 "El trueno entre las hojas" y en 1960 "Hijo de hombre", título que iniciaba su trilogía sobre la deconstrucción y la critica al poder. A éste le seguiría "Yo el Supremo", su obra maestra y una de las cumbres de la literatura castellana contemporánea; en la que el protagonista será José Gaspar Rodríguez Francia, dictador del Paraguay durante 26 años.
Con la llegada del gobierno militar a Argentina, este último título formará parte de los libros prohibidos, es en ese mismo momento cuando recibe la invitación de la Universidad de Toulouse, para trabajar allí como profesor. Augusto, recuerda que “Una semana después de llegar a Francia, la policía allanó mi departamento de Buenos Aires”.
Y recién en 1989, con el derrocamiento de Stroessner, logra regresar a su país natal.
En lo que respecta a su obra, podemos observar como estas características de su vida destellan en fragmentos de sus composiciones. Las ambigüedades que se fundan entre la oralidad de la lengua guaraní y lo escrito en castellano, esta misma ambigüedad que aparece en la superposición entre los mitos guaraníes y españoles, creando un nuevo espacio donde la oralidad guaraní y la escritura española terminan fusionándose: “La dialéctica de la oposición. Siempre algo está en oposición con su extremo. El Bien y el Mal, el blanco y el negro. Yo trabajo mucho con esa idea. Siempre concebir algo, pero inmediatamente también pensar en su opuesto como complemento. Entre los dos, un arco. Somos seres de naturaleza binaria”.
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