Por M. Emilia Sganga
Mapas completamente blancos, meriendas eternas, distancias infinitas, animales ambiciosos y que no entienden los chistes, gatos sonrientes y siestas sin fin, son algunas de las cosas que podemos encontrarnos al toparnos con la obra de Lewis Carroll.
Lo conocemos por Alicia en el país de las maravillas y por los juegos que desde allí propone, sin embargo su obra es mucho más variada.
Nació en Daresbury, Inglaterra, y su nombre real era Charles Dogson. Fue el mayor de 11 hijos. A sus 18 años, ingresó en la Universidad de Oxford, en la que permaneció durante cerca de 50 años. Allí obtuvo el grado de bachiller. Fue ordenado diácono de la Iglesia Anglicana (su padre también lo había sido). Gran parte de sus años los dedicó a la enseñanza de las matemáticas en Oxford, allí fue cuando comenzó a escribir tratados matemáticos para el ejercicio de sus alumnos. De aquí proviene también su interés en el estudio de los juegos como forma de desarrollar el pensamiento lógico, publicando en 1887 El juego de la lógica. El campo de la lógica, para Dodgson, es el lugar donde se anudan el matemático y el fabulador. En este libro se muestra como del exceso de rigor puede llevar al sin sentido. Allí se destacan la paradoja de los tres peluqueros y el debate entre Aquiles y la tortuga (en “Lo que la tortuga dijo a Aquiles”).
Desde sus 13 años escribía poesías, adivinanzas y juegos lingüísticos para divertirse con sus hermanos. Pero es a partir de 1855 cuando aparece el nombre de Lewis Carroll, en los poemas cómicos escritos para la publicación The Train.
Es por entonces cuando conoce a Alicia Tidell de tres años de edad, hija de su amigo, el diácono Tidell. Con esta familia comparte varios viajes y paseos, manteniendo muy buena relación con las tres hijas del matrimonio. Alicia Tidell, la más pequeña, es en quien se inspiró para crear Alicia en el país de las maravillas, relato que nació en un paseo compartido con la familia Tidell y que inventó para jugar con las niñas. La pequeña Alicia no sólo fue musa inspiradora de su obra literaria, sino que también lo fue en la incursión de Carroll en la fotografía, posando frecuentemente para su cámara.
Finalmente Alicia en el país de la maravillas se publicó en 1865, y Alicia a través del espejo, en 1871. Ambas obras fueron ilustradas por el entonces famoso dibujante inglés John Tenniel. En Alicia a través del espejo los juegos de palabras, las parodias y los juegos lingüísticos son llevados hasta sus últimas posibilidades, de manera tal que la fórmula literaria del absurdo llega al límite en este último viaje de Alicia. En él se incluye el poema Jabberwocky en el que Carroll utiliza palabras inventadas por él mismo o términos que son resultado de la unión de dos palabras.
En 1876 publica el poema La caza del Snark, donde los personajes van tomando características disparatadas, emprendiendo un viaje para cazar al Snark, guiándose por un mapa en blanco:
"Otros mapas tienen formas, con las islas y los cabos, pero nosotros debemos agradecer a nuestro valiente capitán (así hablaba la tripulación) que nos haya comprado el mejor… ¡un perfecto y absoluto mapa blanco!"
La tripulación de este viaje, se embarca en la búsqueda de un animal que según las descripciones del propio autor, tiene buen sabor, es dormilón, es lento para entender un chiste, le encantan los baños y es ambicioso (?). Este tipo de descripciones y personajes se acercan a los que van apareciendo a lo largo de toda la historia de Alicia, en donde la lógica se pregunta por sí misma.
En 1889 publica la que fue su última obra literaria Silvia y Bruno, y hasta su muerte en 1898, se dedicará por completo al estudio de las matemáticas y a la publicación de ensayos y tratados sobre lógica.
Sus obras han influido notablemente en diversas producciones artísticas a lo largo de la historia. Lo cierto es que sus juegos lingüísticos han permitido que nos preguntemos por estructuras y formas que adoptamos convencionalmente y que pasan desapercibidas. De esta manera el viaje de Alicia, o la caza de extraños animales, nos abre nuevas puertas, nuevas formas de percibir, y que se mantienen en el borde de la destrucción cuando indagamos el por qué de algunas lógicas a las que respondemos cotidianamente.
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